4 de mayo de 2016

Sombras

Hacía diez años que no tenía una fantasía tan vívida y, a pesar de su intensidad, apenas si recordaba esa alegría nerviosa de la anticipación perfecta.

Se despertó con más energía de la que podía contener. Necesitaba cambios en su vida. Y empezó a soñar, a construir una idea. El curso de su pensamiento no presentaba tanta fluidez, pero soñaba a diario haciendo cada vez más sólida esa fantasía, convirtiéndola en una alternativa factible. Un proyecto de esa magnitud requiere de cimientos imperturbables en alguien de su carácter y por eso había alimentado su deseo con argumentos, pero también con frustraciones.

Un día, una oportunidad. Su idea empezó a tomar forma. Las formas reales no son perfectas, pero son reales. Y se ajustó a ellas, acomodó sus expectativas porque entendía que se trataba de una decisión diferente a cualquier otra que hubiera tomado antes. Concentró sus esfuerzos en cada detalle; invirtió cada segundo en su objetivo. Hacía cada vez más consistente cómo se materializaría un cambio de vida que nació de su imaginación.

Entonces, cuando estuvo más cerca, se detuvo. ¿Qué me detiene?

Sonrió. Ah, cómo pude olvidarme de ustedes.

Sus miedos. Los de infancia, los de juventud. Los que recuerdan con susurros todas las veces que ha fracasado; los que saben, con toda certeza, que seguirá fracasando. Siempre. Conocen sus errores, sus inseguridades, sus mentiras.

No nos olvide. No olvide esos secretos que sólo puede compartir con nosotros; esos que, en este momento, atan sus pies y sus manos.